miércoles, 11 de marzo de 2009

PESCA DEL RECUERDO EN CALDERA


Revisando unas antiguas fotos, encontré las de unas vacaciones soñadas en la ciudad de Caldera, que me pareció importante compartir.

Corría el año 1988 y organizamos con mi familia unas vacaciones en la localidad de Caldera, que yo no conocía, salvo por los excelentes comentarios de pesca que me llegaban.

Me enteré que existían algunos pescadores artesanales que sacaban a pescar a los turistas en bote. Y así fue como llegué a la casa de Don Héctor Valenzuela, curtido hombre de mar y conocido más que por ésto, porque no tomaba alcohol y porque pescaba solamente con Rapalas, o con carnada. Normalmente era el que más pescaba y con seguridad el que más sabía del mar. Además el mismo construía sus botes, o hacía embarcaciones a pedido.

Fue así como salimos varios días a principios de Marzo de ese año, a eso de las 5:30 de la mañana, y alternamos la pesca entre trolling, anclado y a la deriva. Esos días la pesca estuvo buena, pero nada extremadamente grande. Alternaron los Cascajos, los rollizos, alguna vieja roja, algún Apañado y la tradicional Cabrilla que siempre salía al trolling.

A la cuarta salida de pesca, quedamos de juntarnos como siempre a las 5:30 de la mañana. Pero las levantadas temprano me pasaron la cuenta, y cuando desperté ya eran más de las 7 de la mañana. Salí disparado por si acaso hubiera alguna remota posibilidad de salir de pesca, y más bien para dar explicaciones a Don Héctor.

Lo encontré sentado en la cuneta, con el motor fuera de borda al lado y fumándose un pucho. Luego de dar explicaciones, Don Héctor apuró la causa y nos fuimos raudos al muelle de Caldera.

El día estaba más bien feo, con una abundante nubosidad. Emprendimos rumbo y solté la Rapala Magnum Silver, de 18 cm, antes de salir de la bahía. Casi inmediatamente, sentí una parada en seco. ¡Corvina! gritó Don Héctor, y a continuación paró el motor.

Mi carrete Ambassadeur 7000 tenía el freno regulado para unos 10 Kg y no obstante, el zumbido del carrete ponía en evidencia que sacaban y sacaban nylon. Fue una pelea de más de media hora. Me paré para ver que era lo que traía y de a poco empecé a distinguir una potente silueta plateada que se retorcía en las profundidades.

¡¡Era corvina!!. Una linda corvina que pesó 12,5 Kg y midió 1,15 metros y que recuerdo con mucho nostalgia, porque está grabada como la primera pesca "de verdad", o "de cierto" como dicen algunos lugareños.

En Mayo de 1989 llegó mi hijo Jorge a la familia, y lo incorporamos al año siguiente a las vacaciones. Fuimos 5 años consecutivos a Caldera.

Lo que me enseñó Don Héctor Valenzuela, me sirvió años después para yo mismo poder decidir donde buscar las corvinas, como detectar las sierras y también cuando decidir irse para la casa cuando el día se ve malo. Pero no sólo me enseñó de pesca y de mar, también aprendí de él la forma de ver la vida, de convivir con la naturaleza, de vivir en armonía. Su particular filosofía, primitiva pero sabia, me enseñó a ver las cosas de forma diferente.



A Don Héctor lo vi por última vez el año 1994. Años después pregunté por él y alguien dijo que estaba muy enfermo y se había ido a Copiapó.

Uno piensa que las vivencias se diluyen con el tiempo, pero creo que aquellas importantes quedan y pasan a ser amistades, más que recuerdos. Han pasado tantos años sin saber de Don Héctor y las fotos me hicieron recordar que fue muy importante para mí.

Recuerdo una ocasión en que estábamos pescando merluzas con carnada, a unos 100 metros de profundidad y Don Héctor fumaba y fumaba un pucho tras otro, y sacaba merluzas, también una tras otra. Fue ahí que acuñó su célebre frase..."un cigarro, un Pescado; un Pescado, un cigarro"

Querido viejo, estés donde estés, debes estar preparando las rapalas para la pesca de tu vida. A lo mejor el Padre Negro quiere ir a navegar contigo.


Jorge Thomas
Editor